¿Ser menos humanos para ser más cristianos?

Una vez me contaron que una congregación de monjitas no tenía espejos en su convento para no fomentar la vanidad entre las hermanas. Sin llegar a ese extremo, vemos que hay situaciones de cristianos y cristianas que dejan de lado lo humano pensando que así son más fieles a Dios. ¿De dónde viene eso? Acompañame a pensar en este episodio porqué algunos creyentes proponen que para ser más cristianos hay que ser menos humanos. Bienvenidos, bienvenidas a un nuevo episodio de Parresía: de esto sí se habla.

INTRO

Ser humano es complejo. Tan complejo que “lo humano” es sinónimo tanto de pecado como de nobles ideales. Por ejemplo, cuando decimos “errar es humano, perdonar es divino”, estamos destacando que la condición humana no es perfecta y en ciertas ocasionas equivoca el camino. Pero cuando decimos “ayuda humanitaria” nos estamos refiriendo a llevar alivio a lugares donde la dignidad es amenazada.

Pero entonces… ¿ser humano es una gracia o una tragedia? Capaz que un poco de las dos. O las dos cosas al mismo tiempo.

Me acuerdo que hace ya varios años escuché a una teóloga dar una charla que se llamaba “Actitudes humanas, demasiado humanas de Jesús”, parafraseando el famoso libro de Nietzsche. Esa charla me marcó mucho porque sacaba a Jesús de ese imaginario en el que a veces lo ponemos: intocable, sacratísimo, pasando por este suelo casi sin rozarlo. A partir de esa charla se me fue volviendo más habitual contemplar a Jesús en su humanidad más cruda: tocando, sintiendo, cultivando vínculos, experimentando contradicciones y tensiones, enojándose, dejándose afectar. Desde ese entonces, fui haciendo un camino en el que afirmar que Jesús es Dios iba necesariamente de la mano de sentirlo bien humano. Yo creo que la fe navega entre algunas poquitas certezas, y para mí una de esas certezas es que en Jesús confluye lo humano y lo divino, sin restarle nada ni a lo divino ni a lo humano.

Creer en un Dios así, para mí es una invitación a mirar con bondad mi humanidad y al resto de la humanidad. En Jesús, Dios me está diciendo que lo humano vale la pena, que somos dignos de amor, que hay bondad y posibilidad de redención. Me encanta pensar que Dios apuesta por mi humanidad llena de contradicciones, que entiende y acompaña mis complejidades.

Pero me parece ver en muchos caminos y espiritualidades supuestamente “cristianos” hay un escondido desprecio y desvalorización de lo humano. En la experiencia de muchos y de muchas pareciera que para ser más cristiano tengo que ser menos humano.

EL PROBLEMA

Si creemos en un Dios humanizado, ¿de dónde salen estas espiritualidades desencarnadas y alejadas de lo humano? Sin intención de querer decir todo, se me ocurren algunos “núcleos problemáticos”:

EL LUGAR DEL CUERPO. Es parte esencial de nuestra fe que el ser humano fue creado en cuerpo y alma, en unidad, sin poder separarlos. Como les contaba antes, confesamos en el credo que, en Jesús, Dios tiene un cuerpo. Es más, después de la resurrección, Jesús conserva su cuerpo (glorificado, transformado, distinto… pero sigue siendo su mismo cuerpo llagado). Es decir, que el cuerpo de Jesús no fue un “disfraz transitorio” (eso fue condenado como herejía). Con todos estos antecedentes, uno diría que el cristianismo sería un acérrimo defensor del valor del cuerpo y lo tendría super presente en su propuesta espiritual. Pero la verdad es que no fue tan así. En la teología y las afirmaciones, siempre se sostuvo. Pero en la espiritualidad (y con eso me refiero a la vida cristiana concreta de la gente) desde hace mucho tiempo hay una cierta desvaloración (cuando no desprecio) de todo lo material y del cuerpo en particular. Hubo y hay una confusión muy común: se identifica lo espiritual con lo inmaterial. Visto así, lo inmaterial o espiritual sería bueno, y lo material sería malo.

¿De dónde viene esta confusión? Creo que influyeron muchos movimientos espirituales a lo largo de la historia antigua y reciente, pero en el fondo me parece que hay una lectura errónea de un fragmento de San Pablo en la carta a los romanos: “los que viven según la carne desean lo que es carnal; en cambio, los que viven según el espíritu, desean lo que es espiritual” (Rm 8, 5). Acá el problema es que San Pablo no está hablando de lo material y lo inmaterial. Plantear una cosa semejante sería un desprecio muy grande por el cuerpo (eso se llama dualismo). Acá se está hablando de otra cosa: cuando San Pablo dice que alguien es “carnal” se está refiriendo a la persona que se cierra a la acción de Dios en ella, quedándose sólo con sus criterios, diríamos en su inmanencia, en lo más inmediato. En cambio, la persona espiritual es aquella que descubre en Dios un nuevo modo de vivir y se abre a la acción de la gracia en su corazón. Pero para nada se está exaltando lo inmaterial por sobre lo material. El que se abre o se cierra a la acción de Dios es TODO el ser humano, alma y cuerpo. El cuerpo no queda afuera de la fe.

No sé si vieron, pero en algunos lugares donde hace muchos años se ha hecho una misión, se plantaba una cruz con una leyenda: “salva tu alma”. ¡Pero no, che! No es sólo tu alma la que se tiene que salvar! Y tu cuerpo, pobrecito? ¡Cuánto hablamos de “las almas de los fieles difuntos” y qué poco hablamos de la resurrección final, esa vida eterna que va a ser en cuerpo y alma!

EL SENTIDO DEL SACRIFICIO. Esto va ligado con lo anterior. Como para ciertas espiritualidades el cuerpo y lo material son malos, hay que tenerlos en constante penitencia y castigarlos. No hace mucho, un cura mayor me mostraba un cilicio que usaban en el seminario. ¿Saben lo que es un cilicio? Es como una cadenita con puntas (tipo corona de espinas) que se ponían alrededor del muslo para mortificar la carne y hacer penitencia.

Me acuerdo que en mi grupo juvenil de Acción Católica nos obligaban a saludar a todos, varones y mujeres, con la mano. No se podían dar besos (y hablo de besos en la mejilla, eh) porque el contacto físico era fuente de tentación y de pecado.

Ahora, digo yo… ¿por qué suponer que es el cuerpo la fuente de pecado? ¿No es más bien mi forma de ver las cosas la que me hace pecar? Despreciando lo corporal, estas espiritualidades no hacen más que crear personalidades frías, distantes, miedosas, secas, desapasionadas, sin entusiasmo. ¡Todo lo contrario a Jesús! Lean los evangelios: Jesús no le huye a ningún encuentro, no rechaza el contacto, recibe con calidez, mira sin miedo, abraza con confianza. Una espiritualidad sin cuerpo no hace más que crear personas sin vida, como si carecer de pasiones fuese una virtud. ¡El ideal cristiano no es no tener pasiones, es tenerlas pero orientadas a la construcción del Reino! Me da pena ver cristianos como espectros sin vida, desconectados de su pasión, incapaces de gozar. No entiendo cómo alguien puede buscar ser compasivo con el otro si está desconectado de sus sentimientos y emociones. Educar nuestro mundo afectivo no es cercenarlo, sino encauzarlo para apasionarnos por Jesús y su Reino.

LA DESCONFIANZA DE LAS BÚSQUEDAS HUMANAS. Éste es el tercer “núcleo problemático”. Las espiritualidades sin carne suelen mirar con desconfianza y desprecio todo lo que es “solamente” humano. Estoy absolutamente convencido de que el Evangelio de Jesús viene a plenificar lo humano, no a suplantarlo. Y para plenificar, tengo primero que reconocer y aceptar lo que existe. Además, desde los comienzos del cristianismo se habló de las “semillas del Verbo” presentes en todo lo bueno y noble, aunque no sea religioso. Es esa escondida presencia de Dios que prepara el anuncio del Evangelio.

¡Qué triste que un cristiano no sienta el latido de su tiempo! A un cristiano no se le puede olvidar la sonrisa, ni la capacidad de celebrar, ni de gozar, ni de detenerse ante lo bello. El Papa Pablo VI pedía que la Iglesia sea “experta en humanidad”. ¡Cuánto nos falta! ¡Cuánto cristianos “bichos raros” hay por ahí, que han perdido su entusiasmo por la vida o se han refugiado inhumanamente detrás de normas o de verdades! ¡Cuántas espiritualidades deshumanas circulan todavía, que no hacen más que empobrecer la vida de la gente o les generan unos vacíos afectivos que se llenan luego de las maneras más preocupantes e insanas! No nos olvidemos nunca de lo que el Concilio Vaticano II soñó para todos los cristianos: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS 1).

CONCLUSIÓN

Es urgente redescubrir cómo la fe puede hacernos más humanos. Lo humano con sus bellezas y sus luchas, sus pasiones y sus proyectos no pueden ser ajenos a nuestro corazón de cristianos. Si siento que tengo que ser menos humano para agradar a Dios, tal vez me haya creado un Dios que es más bien una caricatura.

El Evangelio es plenitud de lo humano, no su sustituto. Si cancelamos lo humano en nosotros, nos volveremos testigos que no entusiasman a nadie, nos convertiremos en apenas una triste sombra de lo que estamos llamados a ser.

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