Muchos dividen el mundo entre buenos y malos, puros e impuros, los que merecen pertenecer y los que no lo merecen… ¡y esto pasa no sólo en la Iglesia! ¿Ver todo como blanco o negro es el estilo de Jesús? Acompañame en este episodio a darnos cuenta cuántas tensiones y cuántos juicios nos ahorraríamos si aprendiésemos a amar los procesos. Bienvenidos, bienvenidas a un nuevo episodio de Parresía: de esto sí se habla.

INTRO
Creo que hay en muchos sectores de la Iglesia una costumbre muy extendida: buscar definir quién puede acercarse a Dios y quién no, quién tiene derecho a estar en la comunidad cristiana y quién no. No pocas veces se levanta el dedo acusador contra quien no cumple con todos o varios requisitos doctrinales o morales. Y entonces tenemos a esos papás de catequesis a los que no les ofrecemos llevar las ofrendas en la misa porque están separados y son un mal ejemplo; o aquel hombre que leería muy bien en misa, pero es homosexual; o esa pareja joven que quiere colaborar en Cáritas, pero son mirados despectivamente porque están conviviendo antes de casarse.
Éstas y otras situaciones nos problematizan tanto que solemos adoptar posiciones extremas: o nos encerramos en un dogmatismo en el que nadie puede entrar si no tiene chequeada la lista interminable de virtudes y cumplimientos morales; o caemos en un relativismo del “vale todo” en el que el Evangelio deja de cuestionarnos y de tensionar nuestra vida hacia la conversión. ¿Dónde está el punto en todo esto? Vamos a la vida y al Evangelio para encontrar respuestas… o más preguntas.

EL PROBLEMA
Puede pasar que más de un cristiano o cristiana escuche los ejemplos que puse antes y me diga: “Está bien que no se ponga de ejemplo a gente que no vive cristianamente”. Y puede ser que estas personas no entiendan por dónde va el planteo de este episodio. Voy a tratar de plantear lo más claro posible dónde veo el problema, para poder pensar juntos.
Primero: estamos hablando de personas que buscan a Dios y buscan un lugar en la comunidad cristiana. Y para mí es un problema, por no decir una tragedia, que cerremos las puertas al que no cumple con todos los requisitos morales. Así, el punto de partida se convierte en punto de llegada, y se margina del Evangelio al que nosotros decidimos que no se lo merece.
Segundo: es un problema el hecho de poner a las verdades por encima de las personas (y me pregunto si no es un problema aún más grande que naturalicemos que sea así…). Tranquilos, no estoy diciendo que no existan verdades, pero sí digo que en el estilo de Jesús las verdades no están por encima de las personas. Recuerdo lo que dice el evangelio de Marcos, en referencia a la ley del sábado, una de las verdades más intocables del judaísmo, cuando los discípulos arrancaban espigas el día en el que no estaba permitido hacerlo: “el sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27).
Tercero: sumado a lo anterior, también es un problema que nos acostumbremos a mirar la “foto” de las personas y de las situaciones. Me refiero a que nos quedamos con una mirada estática de lo que alguien vive en ese momento, y no nos preguntamos por el proceso que la persona está viviendo. Y a esto me quiero referir en este episodio: se trata de amar los procesos. Ese creo que es el estilo de Jesús.
VOLVER AL EVANGELIO
Quisiera compartirles un breve fragmento del evangelio que nos ayuda a comprender esto de amar los procesos. Es un texto propio del evangelio de Marcos y está en el capítulo 4, versículos 26 al 29. Es la parábola de la semilla que un hombre siembra en la tierra: “sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo”.
La parábola, aún siendo muy breve, creo que tiene una gran fuerza porque condensa lo que Jesús entiende acerca de los procesos:
En primer lugar, como esa semilla, todos nos vamos desarrollando y desplegando en un proceso. Si el mismo Reino de Dios pasa por un itinerario de crecimiento, yo no puedo sentirme exento de crecer también por etapas y con conquistas provisorias.
En segundo lugar, todo ese proceso de crecimiento tiene una escondida presencia de Dios que no siempre sabemos reconocer. ¡Qué lindo es mirar para atrás en nuestra historia y darnos cuenta de que fuimos amorosamente cuidados por la mano de Dios!
Y en tercer lugar, pero no menos importante, creo que de todo esto se desprende el cuidado que tenemos que tener de emitir juicios tajantes hacia nosotros mismos o hacia los demás. ¿Y por qué digo esto? Porque si de verdad soy consciente de que tanto el otro como yo estamos en un camino y en un proceso de fe, no caben los juicios. Todos estamos en una situación provisoria, todos estamos haciendo camino, todos necesitamos acompañarnos para seguir avanzando. Si esperamos de alguien una respuesta de perfección moral, no estamos siendo honestos con nosotros mismos porque es una perfección que ni nosotros tenemos, pero además no estamos siendo honestos con nuestro ser discípulos de Jesús, para los que el Nuevo Testamento reserva uno de los nombres más bellos: “los del Camino” (Hech 9,2).

EL VALOR DE LOS PROCESOS
“Amar los procesos” es todo un cambio de mentalidad que traería mucha humanidad y mucho Evangelio a la Iglesia. Algunos cristianos y grupos le tienen miedo a esto porque piensan que es “traicionar” o “diluir” la verdad del Evangelio. Pero yo le tendría más temor a convertir el Evangelio en una ideología, que es lo que pasa cuando absolutizamos verdades y las colocamos por encima de los seres humanos.
“Amar los procesos” significa partir de la verdad de la persona, partir de su realidad, “recibir la vida como viene”, como se dice en algunos sectores eclesiales. No quiere decir que la persona sea perfecta, o que no tenga que convertirse o que le debo decir que cualquier cosa que haga va a estar bien igual. Se trata de que cualquiera que se acerque a una comunidad cristiana, sea cual sea su condición, experimente que Dios la ama incondicionalmente y que tiene lugar en la comunidad cristiana para seguir creciendo en la fe.
¿Saben cómo reconocer a un cristiano o a una cristiana que son poco amigos de los procesos? Son los que cuando hablan del amor de Dios siempre necesitan ponerle un “pero”: “Dios te ama pero no podés hacer esto….”, “Dios te ama pero te quiere mejor…”, “Dios te ama pero a Él no le gusta el pecado…”. Los que no aman los procesos no se bancan que Dios sea incondicional, por eso hablan de su Amor (porque no lo pueden negar abiertamente) pero le quitan fuerza al aclarar siempre inmediatamente que existen exigencias morales. Y antes de que me denuncien o se escandalicen, les cuento que no pretendo esconder o invisibilizar las exigencias morales. Para nada. Lo que digo es que no es necesario recordarlas para iniciar un camino. ¿Tanto miedo nos causa que el amor de Dios sea realmente incondicional? ¿O es que nos da miedo reconocer que nosotros mismos estamos viviendo una moral de esclavos y por eso se la queremos imponer a otros?
“Amar los procesos” es acompañar un camino en el que no necesito recordarle al otro la perfección no alcanzada, sino plantearle desafíos posibles para crecer en la santidad, que no es otra cosa que responder al Amor recibido de Dios. Cuando anuncio el Evangelio lo más fácil es tirarle al otro el catecismo y los mandamientos por la cabeza, y si no los cumple es problema suyo. Tal vez el cambio de mentalidad sea que las comunidades cristianas existen para acompañar caminos personalizados de crecimiento en la fe, donde el amor incondicional experimentado desafía y transforma. ¿Por qué no son tan comunes en nuestras comunidades estos espacios de acompañamiento? Sólo así es posible ayudar al otro a preguntarse qué pasos se siente llamado a dar para vivir mejor en el amor de Dios.

CONCLUSIÓN
Sé que estoy planteando un camino difícil. Cuesta mucho cambiar las lógicas de bien/mal, blanco/negro que reinan todavía en nuestras catequesis, nuestros grupos, nuestros anuncios…. Siempre va a ser más fácil poner ante la mirada del otro la lista completa de verdades y comportamientos que hay que tener para ser cristiano y para ser digno del amor de Dios. Es más fácil porque nos desliga de la responsabilidad de acompañar al otro y nos habilita para criticarlo si decidió no vivir lo que nosotros le anunciamos con mucha verdad. Será más fácil, pero lo veo poco evangélico.
El estilo de Jesús es proponer un amor divino que “hace salir el sol sobre buenos y malos”. Y es también proponer un camino de conversión, pero un camino posible, desafiante, transformador y cautivante.
Ni el moralismo descarnado, ni el relativista vale todo. Se trata del discernimiento del propio camino a la luz del Evangelio. Después de experimentar el amor incondicional de Dios y de sentirme recibido y acompañado por una comunidad cristiana… ¿qué nuevo paso posible me pide dar el Señor? ¿Por dónde pasa mi conversión hoy? ¿Qué crecimientos tuve y cuáles todavía me faltan? Amar los procesos es amar como Jesús. Es hacer de la Iglesia la comunidad en la que todos tenemos lugar, cada uno en nuestro proceso, acompañado por los hermanos que me animan a seguir creciendo. ¿No te entusiasmaría vivir una Iglesia así?