Creer después de los 25

Entre los 25 y los 40 años, a muchos les pasa que entran en crisis con la fe o con la pertenencia a la Iglesia. Es la edad en la que pareciera diluirse la fe que recibieron de chicos. Acompañame en este episodio a pensar por qué, para muchos, la fe se queda chica en la mediana edad. Bienvenidos, bienvenidas a un nuevo episodio de Parresía: de esto sí se habla.

INTRO

Gracias a Dios tuve la oportunidad de conocer varias comunidades cristianas, con perfiles diferentes. De todas aprendí algo acompañándolas y eso lo agradezco un montón porque en parte me hace ser quien soy hoy. Pero me llama la atención una constante: en todas las comunidades por las que pasé (y sé que en otras también) hay “vacío” de participación de personas de mediana edad, entre los 25 y los 40 años más o menos.

Hay parroquias en las que abundan los niños y los jóvenes que participan de los grupos y propuestas, pero que cuando van pasando la barrera de los “veintipico” comienzan a desaparecer de esas instancias.

Por supuesto que cuando hablamos de temas que tienen que ver con la respuesta de fe, es injusta cualquier generalización, porque siempre está el espacio de las elecciones personales y de las historias particulares. Acá sólo pretendo que podamos tratar de entender una situación y hacernos preguntas que nos permitan seguir buscando.

Desde ya que todo lo que voy a decir en este episodio es estrictamente mi apreciación personal, que es discutible… pero voy a tratar de entender las distintas causas que provocan este “desierto” en las estructuras pastorales. Al final del episodio me dirás si estás de acuerdo o no, y qué otras lecturas se te ocurren para enriquecer este tema. Sin más preámbulo, vamos al hueso!

EL PROBLEMA

Cuando pienso en este tema de la participación en estructuras eclesiales de personas entre 25 y 40 años, siempre siento que hay que mirar los dos partes: las propuestas pastorales por un lado y los ritmos vitales de las personas por otro. Creo que nunca es responsabilidad de una sola de las partes.

Por eso, intentando entender un poco esta cuestión, voy a empezar analizando un poco lo que viven las personas para después detenerme un poco en el perfil y la calidad de las propuestas.

LOS RITMOS VITALES

Con cierto riesgo a generalizar, me parece reconocer algunos perfiles de personas cuando hablamos de este tema de la participación en instancias eclesiales.

En primer lugar, hay un gran número de personas que recibieron una formación inicial en su catequesis pre-sacramental siendo chicos, pero que vivieron ese proceso más bien como un paso “tradicional” que no desembocó en una participación en grupos o estructuras eclesiales. Una vez recibidos los sacramentos, se terminó la conexión con la comunidad.

Pero hay otro grupo de personas que continuaron su participación en alguna instancia después de recibir los sacramentos: grupos de perseverancia, Acción Católica, Scouts, Renovación Carismática, Infancia Misionera, etc. Estas personas se sienten contenidas por estos grupos hasta más o menos los 25 años, donde (salvo algunas excepciones) la mayoría deja de participar. En general, el motivo es que “la vida” empieza a tener mayores demandas. Y cuando hablamos de “la vida” nos referimos al desarrollo profesional o familiar. Muchos empiezan a definirse vocacionalmente, a formar una familia, a insertarse con mayor fuerza en el mercado laboral o a comprometerse con una formación académica… Todo eso suele llevar a un cambio en las prioridades, y como una especie de ranking, la participación en la Iglesia deja de tener un lugar de importancia.

Algunos dirán que no es que no se le quiera dar importancia a lo pastoral, sino que se acortan los tiempos: con las nuevas responsabilidades que trae el ser parte de los “treintaypico”, ya no se dispone de margen para encarar ninguna actividad pastoral como las que se venían viviendo hasta ahora. Ya no hay tiempo ni energía para reuniones semanales, ni para participar de misiones juveniles ni para acompañar procesos grupales. Por el contrario, se impone la necesidad (legítima, por supuesto) de dedicar tiempo al descanso y al compartir con la familia. En este tironeo de fuerzas entre trabajo, estudio, familia, algo de amigos y descanso… la vida pastoral queda reducida a su mínima expresión, generando en muchos un sentimiento de lejanía con la fe, con la Iglesia y con Dios.

LAS PROPUESTAS PASTORALES

Cuando hice esta semana una encuesta por Instagram, hubo muchas respuestas que coincidían en esto de la falta de tiempo, el cambio de prioridades… Por supuesto que cuando cambian nuestros ritmos y nuestras actividades, no podemos sostener el mismo nivel de participación en las estructuras pastorales… Pero como les decía al principio, no sólo se debe tratar de una responsabilidad de las nuevas obligaciones que nos surgen en la mediana edad, sino que también podríamos aprovechar para preguntarnos si no será que las propuestas no tienen mucha capacidad de adaptación… Es decir, yo creo que la ausencia de personas de entre 25 y 40 años en las estructuras pastorales no sólo habla de las dificultades de ellos por sus nuevos compromisos, sino que también creo que deja en evidencia algunas falencias de nuestra mentalidad pastoral. Y te explico cuáles creo que son esas falencias…

Primera falencia: en las estructuras pastorales habitualmente dedicamos más tiempo y esfuerzo a formar para tareas y no tanto para formar discípulos. Por supuesto que cuando somos jóvenes nos encanta hacer cosas, pero a veces veo que esa actividad no va acompañada de una espiritualidad sólida que sostenga la acción. Entonces, si me voy formando en esa conciencia de que ser cristiano es “hacer cosas”, la conclusión más lógica del mundo va a ser que cuando no “hago cosas” no soy cristiano.

Segunda falencia: en las pocas instancias “formativas” que tenemos, en esas en las que intentamos transmitir algo de lo que significa ser discípulos y discípulas de Jesús, terminamos cayendo o en dogmatismos o en moralismos. De esto ya hablamos en los episodios 3 y 4 de Parresía, de lo difícil que es no caer en estas respuestas simplistas. Ahí te decía que, por ejemplo, es mucho más sencillo enseñar que hay que ir a misa todos los domingos que enseñar a discernir en la vida cotidiana. O es más fácil enseñar cuántos libros tiene la Biblia que enseñar a rezar con ella. Como no suele internalizarse un proceso de crecimiento discipular, cuando uno llega a la mediana edad ya no le alcanzan los mandamientos y los conceptos aprendidos de chicos. Y por eso creo que es lo primero que se abandona.

Tercera falencia: pensar que el objetivo de nuestra evangelización es “llenar de gente” nuestras estructuras. Y con esto pongo en crisis la mismísima cuestión que nos convoca en este episodio. ¿Es nuestro objetivo tener estructuras para que estén en ellas personas de mediana edad? Adaptar grupos a la realidad y a los tiempos de las personas entre 25 y 40 años puede ser un gran avance, pero también puede esconder una tentación: ¿no estamos replicando así el mismo esquema de crear estructuras para institucionalizar personas, pero que sigan sin ser significativas para sus ritmos vitales? ¿No deberemos pensar más bien en espacios comunitarios que alimenten la fe para el discernimiento de lo cotidiano, más que nuevas propuestas de actividades, más adaptadas pero replicando la lógica del activismo?

Estas tres falencias que comparto no son ni un dogma de fe ni nada que se le parezca. Es simplemente una forma de interpretar lo que observo. No quiero dar con esto respuestas ya hechas, sino plantear preguntas que nos ayuden a seguir pensando.

CONCLUSIÓN

Empezamos preguntándonos por la participación eclesial de las personas de mediana edad y eso nos llevó a replantearnos algunas lógicas y propuestas pastorales. Creo que es muy parcial decir que las personas entre 25 y 40 años no participan de estructuras eclesiales sólo porque les cambiaron los ritmos. Me parece que la situación nos tiene que llevar a preguntarnos por la calidad de nuestras iniciativas.

Considero que el punto no está en adaptar creativamente estructuras a los tiempos de estas personas si no va acompañado también de un cambio de mentalidad. Sin ofrecer espacios comunitarios para acompañar los procesos (de los que hablamos en el episodio anterior), nos estamos condenando a repetir los mismos errores.

Sé que no es fácil plasmarlo, pero se trata de asumir la urgencia de caminos cada vez más personalizados en la fe, con una espiritualidad sólida que los sostenga, un acompañamiento que haga crecer y una comunidad de referencia que abrace con otros esos caminos.

Repetir las mismas fórmulas de siempre termina siendo como aquello de Jesús: “no se pone vino nuevo en odres viejos, porque lo odres revientan”. O capaz que algún odre tenga que resquebrajarse para que comprendamos que el Evangelio es un camino posible y hermoso a cualquier edad.

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