Pocos ámbitos son tan problemáticos para la fe como el de la sexualidad. O la llenamos de reglas, o la denigramos, o directamente no hablamos de ella. Muchos jóvenes, cuando comienzan a hacer experiencia de su sexualidad, dejan de lado lo aprendido en sus catequesis por considerarlo reductivo y empobrecedor. Acompañame en este episodio a preguntarnos si, en la Iglesia, la sexualidad puede dejar de ser ese eterno tabú. Bienvenidos, bienvenidas a un nuevo episodio de Parresía: de esto sí se habla.

INTRO
Hace algunos años, en la parroquia Santa Juana de Arco de Ciudadela, estábamos con otros jóvenes ordenando una biblioteca de libros viejos. Por supuesto que muchos de esos libros nos llamaban la atención, y hacíamos bromas con lo que nos íbamos encontrando. Me acuerdo que entre esos libros había un catecismo para niños de la década del 40 o del 50. Lo empezamos a ojear y nos reíamos de ese formato de preguntas y respuestas que tantos conocieron. Pero a mí lo que más me llamó la atención era un examen de conciencia que estaba al final del catecismo, se ve que para que los chicos se prepararan a la confesión previa a tomar la comunión.
Ese examen de conciencia seguía el orden de los mandamientos, enunciando cada uno y poniendo a continuación un párrafo de preguntas que ayudaran al niño a reconocer las maneras con las que había transgredido ese mandamiento. Pero no era eso lo más simpático. Lo que a mí me llamó más la atención fue que, mientras cada mandamiento ocupaba menos de media carilla, el sexto mandamiento sobre los “actos impuros” ocupaba literalmente una página y media. Y además había una pregunta que no aparecía en los otros cuestionarios y acá era una especie de estribillo: “¿cuántas veces?”. ¿Tuviste pensamientos impuros? ¿Cuántas veces? ¿Participaste de conversaciones inadecuadas? ¿Cuántas veces? ¿Miraste libros o revistas que no son apropiados para tu edad? ¿Cuántas veces? Y todo así… Lo más gracioso (lo pienso ahora) es que ese cuestionario pretendía ser exhaustivo, pero formulaba casi todas las preguntas de un modo tan ambiguo, que creo que en la cabeza de los chicos no quedaba del todo claro si lo realmente impuro era el propio cuerpo, leer una revista sobre ciencia o comer una milanesa con dulce de leche.
Y así, con situaciones como éstas, nos hemos acostumbrado en la Iglesia a no hablar o a hablar mal sobre la sexualidad humana, casi siempre vista como sucia o peligrosa. Por supuesto, estoy generalizando y sé que hay excepciones, pero en la experiencia de la mayor parte de los cristianos la sexualidad sigue siendo un eterno tabú. No sé si tendremos acá respuestas definitivas (lo más probable es que no), pero al menos me parece muy sano plantear el tema y hacernos preguntas.

EL TEMA
Vamos a tratar de enfocar el tema. Alguno puede estar pensando porqué estoy hablando de sexualidad yo que soy célibe. Pero detrás de esa pregunta hay una mirada reductiva de la sexualidad que no se reduce a lo genital: yo que soy célibe también tengo que experimentar, trabajar y madurar mi sexualidad.
Y es que cuando hablamos de sexualidad estamos hablando de un mundo muy complejo. Podemos verlo desde una antropología integral o reducirlo a la genitalidad. Podemos analizarlo desde la filosofía, la biología o la moral. Se vinculan a la sexualidad palabras como virginidad, castidad, homosexualidad. pureza e impureza, placer, etc… y también se asocian aquí todas las cuestiones de género, tan presentes en la sociedad hoy.
No es objetivo de este episodio hablar de todo, al menos no en una única vez. Hoy solamente te propongo que nos preguntemos cómo miramos la sexualidad desde la fe y buscar juntos pistas para enriquecer nuestra perspectiva. En otros episodios nos meteremos con temas más particulares.

LOS FILTROS
Los testimonios que tenemos hoy en el episodio fueron algunas de las respuestas que recibí la semana anterior a grabar este podcast, cuando hice una encuesta por Instagram preguntando qué idea habían recibido desde la fe con respecto a la sexualidad.
Creo que todos coincidimos es que la experiencia de la propia sexualidad es la experiencia de lo caótico, de lo que no controlamos del todo. Desde la adolescencia en adelante vamos tratando de comprender este mundo que nos descoloca y que es fuente tanto de satisfacción como de conflictos.
Por las respuestas que recibí en esa encuesta de Instagram, noto que muchos y muchas han vivido (o sufrido) algunos “filtros” que se le pone desde la fe al tema de la sexualidad. Voy a tratar de identificarlos.
El primer filtro que me parece ver en las respuestas es el de la NEGACIÓN. Me sorprende la cantidad de personas que me contaron que de este tema no se habló jamás en sus itinerarios cristianos, ni catequesis ni grupos. También me sorprende que cuando subí una historia en Instagram sobre este episodio, algunos hermanos cristianos y cristianas me hayan comentado que no les parecía para nada importante hablar de este tema. Ya saben que el subtítulo de este podcast es “de esto sí se habla”, por lo que me inquieta mucho que para algunos cristianos el tema de la sexualidad les provoque tanto miedo como para no querer ni siquiera hablarlo.
Un segundo filtro que aparece no sé bien cómo nombrarlo, pero vamos a decirle RACIONALIZACIÓN. Me refiero a una forma de acercarnos a la sexualidad desde ideas que llegan a ser contrarias o extrañas al cristianismo. “Racionalización” no sería un nombre del todo correcto, pero me sirve para expresar que las ideas tienen más peso que la realidad. El ejemplo más claro de este filtro son todas las miradas dualistas con las que abordamos la sexualidad. Con dualismo me refiero a una toda forma de entender lo humano en la que se separe lo material y lo inmaterial, el cuerpo y el alma… donde por supuesto lo corporal se identifica con lo malo y lo bajo, mientras que lo espiritual es lo puro y lo valioso. Sería muy interesante hacer un análisis de por qué hay tantos dualismos en la Iglesia cuando en realidad ni la Biblia ni la doctrina cristiana asumen esa mirada… pero por ahora excedería nuestro podcast. Lo cierto es que todavía hoy, desde algunas miradas cristianas, se sigue considerando lo sexual como algo sucio, algo pecaminoso en sí mismo, que no entra dentro de lo que llamamos “espiritualidad”. Tengo la sospecha de que algunas consideraciones sobre el celibato o sobre el voto de castidad de los consagrados tiene algo de esta valoración peyorativa de lo sexual. No por nada todavía hoy para algunos la vida consagrada sigue siendo un modo de vida “más perfecto” que la simple vida laical.
Un tercer y último “filtro” que reconozco en las respuestas que me enviaron es la MORALIZACIÓN de la sexualidad. No me refiero con esto a que la vida sexual se pueda vivir sin ningún tipo de límites ni que no exista una moral sexual (de la que también habría que conversar). Me refiero más bien a que muchos niños y jóvenes lo único que reciben como mensaje sobre la sexualidad en el cristianismo es una lista de mandatos y prohibiciones para ser “puros”. Para muchos, el mensaje del cristianismo sobre la sexualidad fue que la masturbación era pecado, lo mismo que las relaciones prematrimoniales y todo aquello que se relacionara con lo placentero y la exploración de lo corporal. Se instalan “ideales de pureza” que, lejos de ordenar la vida afectiva y sexual, terminan generando (en aquellos que los asumen) personalidades apáticas, sin vida, incapaces de contagiar entusiasmo por su estilo de vivir.
Dado este cuadro de situación, es normal que suceda lo que todos suponemos: la mirada del cristianismo sobre la sexualidad cae en descrédito, ya no convence a nadie. Muchos de los que han recibido ese tipo de formación viven el extremo opuesto: una sexualidad y una genitalidad sin ningún tipo de marco de referencia. Y con esto no estoy diciendo que hay que decir lo que los demás quieran escuchar. El Evangelio de Jesús muchas veces será contracultural, pero no por exceso de moral, sino por exceso de belleza. Lo primero repele, lo segundo atrae.

PISTAS PARA RECUPERAR LA BELLEZA DE LA SEXUALIDAD
Creo que para redescubrir la belleza de la sexualidad humana no es necesario inventar nada. Para los cristianos sería suficiente con volver a las fuentes bíblicas y a una sana antropología teológica. Pero en estas pistas finales, más que hacer afirmaciones categóricas, quiero abrir preguntas.
La primera pregunta que me hago es: ¿es posible que hablemos de sexualidad sin centrarnos en cuestiones morales? Considero que la dimensión moral sigue siendo dominante al plantear temas que tocan la sexualidad humana. ¿Por qué nos focalizamos ahí? ¿Hay miedo? ¿Miedo de qué? Entiendo que algunas personas y grupos en la Iglesia pretenden insistir en la moral sexual ante lo que consideran un mundo pecador, hedonista y relativista. Al “vale todo” cultural (que a veces es verdad) se pretende responder con una normatividad casi obsesiva. No estoy diciendo que no haya una dimensión ética de la sexualidad humana (dicho sea de paso, todo acto humano tiene una dimensión ética). Lo que estoy tratando de decir es que nos preguntemos si en muchas presentaciones cristianas sobre la sexualidad, lo primero y a veces lo único que se muestra es lo que está prohibido hacer. Me rebelo a pensar que presentemos normativas de conducta sin mostrar el valor y la integración en el camino de fe de mi propio cuerpo, mis sentimientos, mis impulsos, mis afectos, mis relaciones e inclusive mis errores.
Hay personas en la Iglesia que todavía intentan vivir los preceptos de moral sexual con cierto voluntarismo y heroicidad, pero creo que debemos admitir que la mayoría de los cristianos y cristianas (muchos de ellos bien formados en la fe) optan por un “silencioso disenso”.
Como creo que es urgente cambiar la mirada frente a este tema, hago una segunda pregunta: ¿no es necesario volver a considerar la sexualidad humana en su globalidad, sin reducirla? A veces los cristianos caemos en el mismo error que queremos denunciar: identificar sexualidad con genitalidad. Por supuesto que la sexualidad humana incluye las relaciones físicas, pero es mucho más. La sexualidad es expresión de mi propio ser, es un modo de relacionarme, es una forma de encuentro, de respeto y de comprensión del mundo que nos rodea. Todos mis vínculos son sexuales porque involucran a mi cuerpo que nunca deja de ser sexuado. Por eso, siendo célibe puedo hablar de sexualidad. Estar conectado con mi sexualidad es estar conectado con esa vitalidad que es don y tarea.
Y una última pregunta que se me ocurre: si sólo nos concentramos en las prohibiciones morales, ¿qué confianza creamos para acompañar procesos de maduración de la sexualidad? Pienso en adolescentes y jóvenes: ¿cómo van a abrir su corazón delante de quien sólo les recuerda la prohibición y el castigo? Como educadores nos quedaremos al margen de lo que realmente los preocupa y forma: la exploración del propio cuerpo, la conexión con sus sentimientos, la vivencia del amor, los aprendizajes a partir de los errores o excesos… ¿Sirve de algo que yo le hable de la pecaminosidad de las relaciones prematrimoniales a un chico o una chica que todavía ni siquiera descubrió el potencial de encuentro y comunión significado en una relación sexual genital?
En este sentido me pregunto si no deberíamos incluir más el tema del placer en nuestros itinerarios de fe. La fe cristiana está muy asociada al sacrificio, al dolor como escuela de crecimientos. Creo que esto tiene valor. Pero no nos olvidemos también de aprender a gozar de lo logrado, a no sentir culpa por experimentar sensaciones, a integrar el placer también como experiencia espiritual. Creo que lo que vemos culturalmente como hedonismo desenfrenado y egoísta, en parte es reacción a una formación donde no nos hemos permitido la experiencia del placer en el marco de un camino donde podemos crecer tanto en el gozo como en el sufrimiento.

CONCLUSIÓN
¡Cuántos temas salieron en este episodio y cuántos más quedaron dando vueltas! Como les decía al principio, no era mi intención hablar de todo en este episodio, sino simplemente abrir la puerta de un tema intenso y complejo.
Soy consciente de que lo que planteo acá va a suscitar adhesiones y rechazos. Un síntoma más de que el tema de la sexualidad no nos es indiferente…. No me creo un iluminado con respuestas definitivas, simplemente quiero abrir preguntas. Me parece urgente hacerlo.
En otros episodios nos meteremos en cuestiones más puntuales, según lo que suscite este episodio. Pero me conformo si con este episodio nos queda la inquietud de mirar la sexualidad desde una óptica integral.
Yo sí creo que muchas formas que se proponen culturalmente de vivir la sexualidad y la genitalidad no son buenas ni nos hacen bien. Pero considero que equivocamos el camino si queremos responder sólo con normas morales. La fe también tiene una buena noticia para la sexualidad que tenemos que redescubrir y proponer.
¡Cuánta falta nos hace que la fe se integre a nuestro camino de búsquedas, de ensayos, de experimentaciones y de errores! El cuerpo, las emociones, los sentimientos tienen mucho que decirnos. Con raíces en ese terreno seremos capaces de acoger la Buena Noticia del Evangelio, capaz de transformarnos y plenificarnos.