Ideología y fe

Hace un par de meses, hubo un hecho que reavivó viejas tensiones que existen en la Iglesia. En julio de este año, el Papa Francisco dio nuevas normativas para la celebración de la misa según el rito previo al Concilio Vaticano II, es decir, la misa en latín. Algunos grupos que piden celebrar la misa de esa manera se sintieron perseguidos, y aparecieron todo tipo de reacciones, sobre todo en las redes sociales. Para ellos, el Papa estaría traicionando la fe verdadera, pervirtiendo la identidad católica… una especie de hereje. Por otro lado, surgen aquellos que defienden a Francisco, atacando las afirmaciones de estos grupos.

Todo este revuelo “puertas adentro” de la Iglesia no es nuevo ni mucho menos. No me asusta que haya diferencias en la Iglesia. Pero todo esto me plantea algunos interrogantes: ¿cuándo pasamos de una legítima diversidad y pluralidad a una lucha por ideas contrapuestas? ¿En qué momento la fe comienza a parecerse más a una ideología? ¿Por qué a veces testimoniar la Buena Noticia se parece más al proselitismo que busca adeptos?

EL PROBLEMA

Que haya diferentes posturas dentro de la comunidad eclesial no es algo de ahora. Me animaría a decir que desde sus orígenes el cristianismo fue una confluencia de corrientes de pensamiento distintas. ¿Qué tenían en común las comunidades de cultura griega fundadas por San Pablo, con las comunidades de perfil judeocristiano de Palestina o con las comunidades de perfil más “contemplativas” que reconocían su origen en el apóstol Juan? No mucho. Pero sin embargo, éstas y otras corrientes terminaron reconociéndose mutuamente como “cristianismo” a partir de los elementos comunes que las unían.

Y ni hablar de las diferencias al interior de las comunidades, por rivalidades o enfrentamientos. Eso también existió desde el principio. Ya San Pablo, por ejemplo, habla de los abusos que se provocan cuando los cristianos se juntan a celebrar la Eucaristía (1Cor 11), así como denuncia los distintos bandos dentro de la comunidad (1Cor 3) o la defensa que debe hacer de sí mismo ante las críticas de algunos (2Cor 10). En resumen, bardos hubo siempre y eso no nos tendría que asustar.

¿A qué voy con todo esto? Quiero decir que no es ni problemático ni novedoso que haya pensamientos distintos en la Iglesia. Hasta diría que la diversidad es sana. Pero lo que sí es un llamado de atención es cuando empezamos a ver que las discusiones que se dan en la Iglesia responden más a un posicionamiento ideológico, distinto a la fe y a la legítima diversidad de opiniones. En este punto es cuando se nos hace necesario distinguir las caretas de fe que le ponemos a nuestra ideología.

FE E IDEOLOGÍA

Todos (también los creyentes), cuando opinamos, lo hacemos posicionados en algún lugar. Todas nuestras ideas y experiencias previas son el “telón de fondo” de todo lo que decimos y elegimos. Si esto es así… ¿no será que todo es ideológico en nosotros, inclusive la fe?

La diferencia entre ideología y fe no está en que una se basa en ideas y la otra carezca de ellas. De hecho, en el episodio 3 de Parresía ya hablamos de las ideas y verdades que tienen que ver con la fe. A mí me parece interesante ver la distinción en que la ideología está orientada a la acción, mientras que la fe tiene una dimensión de gratuidad que le es propia. No creo PARA lograr algo… si así fuera, estaría manipulando la experiencia y poniéndome yo en el lugar que le corresponde a Dios.

En resumen… la ideología, entonces, tiene la mirada puesta en la acción y pretende destacar las virtudes de quien ejerce esa acción, mientras que la fe se basa en la gratuidad de su experiencia y en la confianza en el Dios que actúa. Pero todo esto… ¿Qué tiene que ver con el presente de la Iglesia? Acompañame y lo pensamos juntos.

LUCHAS IDEOLÓGICAS

La diversidad puede y debe ir de la mano con la fe. Como dije al principio, el cristianismo nació plural. El mismo Nuevo Testamento evidencia que existieron (y existen) distintas teologías y distintos acentos al hablar de Jesús. De hecho, decimos que la Iglesia es católica, que significa “universal”. Pero esa característica no se refiere sólo a la totalidad geográfica, sino que es principalmente la capacidad de la Iglesia de armonizar lo uno y lo múltiple. Evitar una uniformidad monolítica es sano y diría, casi imprescindible.

Pero con la ideología pasa lo contrario: por lo que venimos diciendo parecería ser más bien una traición a lo más esencial de la fe. Por eso les presento….

¡LOS 4 SIGNOS DE UNA FE QUE SE CONVIRTIÓ EN IDEOLOGÍA!

1) Tienen más importancia las verdades que hay que creer, que la experiencia de encuentro con Jesús. De esto hablamos largo y tendido en el episodio 3 de Parresía. Pero se trata de poner en el centro de la experiencia cristiana a las verdades que hay que creer. Y no se trata de que no haya verdades, sino de no olvidarnos que lo central de la fe cristiana no es Algo sino Alguien: Jesús, la Buena Noticia de Dios, el Camino, la Verdad y la Vida, con quien nos encontramos por el testimonio de la Iglesia.

2) Hay un gran interés por defender la verdad y la institución. Es así… defender se vuelve primordial. ¿Defender qué? Lo creído. Como ése es mi espacio de seguridad, hay que defenderlo frente a todo. Todo lo distinto a lo que yo pienso se vuelve un ataque del que me tengo que defender. El distinto siempre va a ser considerado enemigo. De nuevo, ponemos en el centro nuestras ideas y nuestras estructuras, que son siempre relativas…

3) La persona se va volviendo cada vez más intransigente, intolerante y agresiva. Esto es porque nos vamos acostumbrando a poner etiquetas, a dividir el mundo entre buenos y malos, a ser jueces de las acciones y sentimientos de los demás. La intolerancia viene de la convicción de poseer la verdad absoluta. Y nos olvidamos de que para los cristianos la Verdad Absoluta es Alguien a quien no poseemos, sino que es el Señor al que humildemente servimos.

4) La misión se vuelve proselitismo. Como la ideología busca siempre el éxito en la acción… ¡qué mejor éxito que números altos! Necesitamos la muchedumbre, que haya siempre mucha gente… Es muy típico vivir añorando glorias numéricas de la Iglesia de otros tiempos, idea que entra en conflicto con la potencia prometida por Jesús a la pequeña semilla de mostaza.

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