La experiencia religiosa bajo sospecha

Hace muchos años, siendo yo un curita recién ordenado, fui a un retiro con jóvenes. Era de esos retiros “de impacto”, que buscan la conversión del que no cree. Después de una dinámica muy fuerte, uno de los chicos me pide hablar. Estaba llorando desconsoladamente. Cuando logró calmarse un poco llegó a decirme: “Yo no puedo creer en Jesús”. Pensé que me lo decía porque tenía dudas o algún impedimento interior, pero no. En medio de su llanto, me dijo que él sentía que Jesús era real, pero que ni su familia ni sus amigos lo iban a aceptar, tenía miedo de perderlos por decirles que tenía fe. Sentía que ser cristiano era un cambio muy grande que los demás de su entorno no estaban dispuestos a recibir. A pesar de toda la charla que tuvimos y el acompañamiento que intenté ofrecerle, ese chico no continuó en la parroquia. No sé qué pasó con su fe, pero intuyo que ganaron los miedos.

Al grabar este episodio me viene a la memoria este recuerdo. Porque la experiencia de este chico parece ser la de muchos. Hoy pareciera que no es políticamente correcto decir que uno es cristiano. El simple hecho de decir que tenemos fe muchas veces es objeto de burla o desprecio. Ni que hablar en los medios de comunicación o en las redes sociales.

Siendo cierto todo esto, no me gustaría que los cristianos nos quedáramos en una postura victimista, como si todo el problema viniera de los demás.

Porque siendo verdad que en partes de la sociedad hay desprecio hacia los creyentes, también es cierto que muchas experiencias religiosas distan mucho de ser atractivas y creíbles.

Por eso, en este episodio quisiera que nos preguntemos si es posible detectar cuándo estamos viviendo una “caricatura” del acto de fe. Por supuesto no se trata de juzgar a ninguna persona, sino descubrir elementos para el discernimiento.

Sin más preámbulo, vamos al hueso!

LOS CREYENTES

Antes que nada, aclaremos los tantos. En nuestro lenguaje todos tenemos palabras como “creyente”, “ateo” o “agnóstico”. ¿Pero sabemos bien qué define a cada uno?

Con estas tres palabras nos estamos refiriendo al posicionamiento de las personas frente a la posibilidad de la existencia de una realidad trascendente o divina. Los creyentes son los que afirman la existencia de un Dios o ser superior. Los ateos son los que niegan la existencia de Dios. Y los agnósticos son los que dicen que no es posible conocer si Dios existe o no, por lo que eligen vivir como si Dios no existiera. Por eso, muchos de los que se dicen ateos en realidad son agnósticos, porque el ateo tiene argumentos para decir que Dios no existe, mientras que el agnóstico simplemente dice no saber.

Los cristianos son creyentes que afirman que la comunicación del misterio de Dios en esta historia se da a través de Jesucristo, a quien confiesan Dios encarnado, Señor y Salvador. Todo esto no proviene de la comprobación empírica sino de otro tipo de experiencia y lenguaje.

CRÍTICAS AL ACTO DE FE

Con la llegada de la modernidad, lo religioso dejó de ser estructurante de la sociedad y se comenzó a arrinconar en la esfera de lo privado. El paradigma científico y técnico trajeron desconfianza hacia lo religioso, viéndolo como una etapa infantil de la humanidad, que por supuesto había que superar. Desde entonces, cualquier persona que diga ser creyente, implícita o explícitamente, tiene que validar su experiencia, siempre sospechada de ingenuidad, infantilismo o falta de reflexión.

Algunos autores han pensado el fenómeno religioso y han elaborado críticas que todavía hoy nos pueden ayudar a discernir nuestras experiencias.

El primer autor que quisiera mencionarte es Ludwig Feuerbach. Él fue un filósofo del siglo XIX e hizo una crítica a la religión planteando que la idea de Dios no es más que una proyección de todo lo que el ser humano desea pero no puede alcanzar. Así, la idea de inmortalidad o la idea de omnipotencia, al no poseerlas pero desearlas, las proyectamos en un Dios que sí las poseería. De esta manera, para Feuerbach, la teología no sería más que una antropología.

Esta crítica de Feuerbach, que puede parecer muy abstracta, es bien concreta. Al menos nos advierte a los creyentes para estar atentos a las imágenes que nos hacemos (y que predicamos) de Dios. Porque es sabido que no podemos pensar en Dios si no es a través de imágenes. ¿Pero qué nos garantiza que esa imagen que proyectamos sobre Dios se corresponde con la realidad? Por ejemplo, ¿no hemos predicado y vivido durante años la imagen de un Dios sumamente severo y castigador, que no resiste el menor análisis desde la praxis y la predicación de Jesús? Por eso digo que es una crítica bien bien concreta. Y esto me parece importante: el criterio para discernir las imágenes que nos hacemos de Dios es confrontarlas con las palabras y los gestos de Jesús. Si lo que pienso o digo de Dios no está en sintonía con lo que dice y hace Jesús, esa imagen decididamente no es una imagen cristiana de Dios.

El segundo autor que quiero presentarte es Karl Marx. En su crítica a la religión, Marx la considera el “opio del pueblo”, frase que tal vez escuchaste. La llama así porque según él, la religión cristiana con su discurso que promete una felicidad más allá de este mundo, está proponiendo que aquel que sufre en este mundo debe resignarse, soportar pasivamente las injusticias y esperar la recompensa en la vida eterna. Este discurso es funcional a la burguesía, adormeciendo las conciencias de quienes son explotados.

Esta crítica de Marx nos recuerda que no podemos ser peregrinos del cielo sin tener los pies bien apoyados en la tierra. Muchas veces nos enganchamos con formas desencarnadas de la fe, alienados en propuestas espirituales que nos alejan del compromiso con los demás. Creo que Marx nos recuerda un criterio valiosísimo de discernimiento de la veracidad de nuestra fe: la experiencia creyente siempre nos abre a la alteridad y nos hace crecer en el amor. Si eso no ocurre, muy probablemente estemos viviendo una ilusión vacía.

REPENSAR LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

Creer no es algo evidente. Por eso, es una experiencia que constantemente debemos repensar y cuestionar, sin entender que eso signifique menos fe o menos fidelidad a Dios. Al contrario.

Por eso, escuchar a quienes plantean críticas a la experiencia religiosa nos puede ayudar a purificar nuestro camino creyente, liberándonos de imágenes o propuestas que no ayudan.

Mirando las críticas que comentábamos antes, me parece descubrir algunos elementos comunes. En primer lugar, me parece importante prestarle atención a lo que cada uno señala, porque son pensadores que han marcado la historia al menos de occidente, y no podemos tomarlos a la ligera. A veces me pasa cuando enseño estas cosas en nivel terciario, siempre aparece la actitud defensiva de alguno que no quiere dialogar con estas críticas o intenta inmediatamente justificarse. Creo que el primer paso es dejarnos interpelar por estas críticas, porque seguramente alguna realidad las motivó y hoy pueden servirnos como criterio para discernir nuestra experiencia de fe.

En segundo lugar, me parece ver que todas las críticas tienen en común que denuncian una experiencia religiosa que manipula la imagen de Dios. Tanto si lo convertimos en nuestros deseos proyectados para no sucumbir ante la angustia, como si lo volvemos el “opio” que adormece conciencias para avalar injusticias, o como si lo erigimos en el Dios moral para mantener el orden social… en todos los casos se está usando a Dios para conseguir otro efecto.

Tomemos la crítica de Freud. ¿No se repite también hoy esta dinámica infantilizadora de buscar un Dios protector que me resguarde de las amenazas de la vida? ¿Muchas experiencias religiosas no se han convertido acaso en “úteros” en los que nos sentimos seguros, pero en los que terminamos teniéndole miedo a la vida? En este caso, ¿qué diferencia habría entre ese Dios y tomar un ansiolítico? Tal vez el precio, pero no mucho más… ¿Ven? Esta crítica nos hace tomar conciencia de que estamos usando esa imagen que nos hemos creado de Dios para calmar nuestra necesidad de ser protegidos y resguardados.

¿Quiero decir con esto que está mal creer que Dios nos cuida y que es providente con nosotros? Para nada. Porque una cosa es sabernos cuidados porque creemos en Dios y otra muy distinta es necesitar creer en Dios para sentirnos protegidos.

Por eso, pasando en limpio, me parece reconocer algunos tips para discernir tu experiencia creyente, y ver si estás por buen camino, o hay que corregir algún rumbo.

1) Toda experiencia religiosa cristiana parte de la presencia de un Otro. Parece casi una obviedad pero no está de más decirlo. De hecho pueden existir “espiritualidades ateas”, sin referencias a una alteridad. La espiritualidad cristiana no se trata principalmente de ideas o de sentimientos o de técnicas. Se trata principalmente de Dios como un totalmente Otro.

2) Afirmar a Dios como un totalmente Otro hace surgir la pregunta: ¿y cómo conocemos a ese Dios totalmente Otro? Porque no es una presencia que sea evidente o empíricamente comprobable. ¿Eso significa que la fe es una ingenuidad sin fundamento? Para nada. Es verdad que no alcanza el mero sentir o el afirmar algunas ideas como verdaderas. Pero volvemos a lo que decíamos al inicio de este episodio: se vuelve importante acá el concepto de “experiencia”. Recibimos la fe por testimonio de otros, pero luego la hacemos camino personal experimentando un modo de conocimiento que trasciende la comprobación científica pero que sin embargo se presenta creíble a nuestra capacidad racional.

3) Afirmada la existencia de Dios como un Otro, lo específico cristiano es confesar la gratuidad del vínculo que Dios establece con nosotros. Acá es donde las críticas posan más su atención. La iniciativa siempre es de Dios, para un vínculo gratuito vivido desde la libertad. Si instrumentalizo a Dios, es decir “que me sirva para algo”, estoy desvirtuando la experiencia. Podríamos decir: la experiencia de Dios no me tiene que servir para nada, no tiene que estar en función de ninguna otra necesidad. Casi que me animaría a decir que para ser un verdadero creyente, hay que tener todas las aptitudes de ser un verdadero ateo, tengo que poder vivir sin Dios. Si Dios viene a suplir una necesidad, una carencia afectiva, un miedo existencial… estoy instrumentalizando a Dios, poniéndolo en función de mis necesidades. Lo repito: ¡Dios no me tiene que servir para nada! Porque ese es el comienzo de una relación basada en la gratuidad, la libertad y el amor.

4) Y último: para un cristiano, el punto de referencia siempre es Jesús. Constantemente tenemos que confrontar lo que pensamos, decimos y vivimos de Dios con la experiencia, la predicación y la praxis de Jesús de Nazaret. Sabemos que en Él está la plenitud de la revelación, y todo lo que Dios nos quiso manifestar sobre Él mismo lo encontramos en Jesús. Por eso, es muy bueno que nos animemos a poner en crisis nuestras experiencias y dejar que el Maestro nos convierta el corazón. Capaz que ahí empecemos a ser un poquito más cristianos, ¿no te parece?

CONCLUSIÓN

Confieso que cuando termino de grabar cada episodio de Parresía, me queda la sensación de que se abren miles de cuestiones y miles de preguntas más. Sobre todo en este tema de la experiencia religiosa. ¿Cómo abrazar y analizar experiencias personales tan diversas? Es casi imposible y temerario, pero acá estamos.

Hace unos años, Madeleine Albright, ex secretaria de Estado de los Estados Unidos, escribió un libro que se llama “El poderoso y el Todopoderoso”, en el que plantea que un canciller, así como tiene asesores en temas económicos o culturales, también tiene que tener asesores en temas religiosos. Y es que lo religioso sigue estando presente y marcando la vida de millones de personas en el mundo. Por eso no podemos quedar al margen de pensar la experiencia religiosa.

Terminaría afirmando que ninguna respuesta de fe es totalmente pura en sus motivaciones. Al momento de poner nuestra confianza y nuestro asentimiento en aquellas realidades que no se ven, no sólo entra nuestra dimensión más luminosa sino que también se pone en juego nuestro pecado y nuestra fragilidad. El problema no es que en nuestra experiencia creyente vaya nuestra fragilidad, al contrario, es lo deseable. El problema viene cuando nuestra fragilidad se disfraza de experiencia de fe. Una experiencia creyente endeble, no sólo nos restará humanidad y profundidad a nosotros personalmente, sino que también será un testimonio pobre ante los demás de la Plenitud con la que decimos habernos encontrado.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: